La bronca no prescribe por Miguel Espinaco No es nada, es nada más que un número. Aunque diez es un número redondo y a lo mejor por eso o a lo mejor porque sí, porque los cumpleaños son como ocasiones para cerciorarse de las distancias y de las cercanías. - ¿Ya diez años? ¿te acordás? No parece tanto ¿no? Claro que ni siquiera es cierto, claro que son trampas. Diez años son en realidad lo suficiente, al punto que muchos adolescentes hijos de bancarios no adolecen de este recuerdo en particular. Ni siquiera les cabe en el asombro. - ¿Vos estuviste papá, en esto que dice el diario? Diez años son tres mil seiscientos cincuenta y dos días, todo eso si uno cuenta los bisiestos, y en diez años crecieron los hijos y uno ya no es el que era antes, aunque disimule. En esos diez años, la calle se puso más dura y no se ablanda y ya no se zafa con un remis o con un locutorio, los Torres se desmoronaron y con ellas el sueño americano y todas sus famosas enmiendas, en esos años entró el 2001 y De la Rua, que devino en apenas un mal sueño o tal vez en leyenda. Y el dólar dejó de valer un peso, y los guiones que se recitan en la tele ya no son los mismos, aunque los actores se repitan sin pudores. Por aquellas épocas se recitaban los poemas de la globalización y de lo inevitable, del Banco Mundial y sus recetas, del Estado que daba tanta pérdida que había que ponerlo en buenas manos. Después cambiaron las palabras, nada más que para que quedara claro que de allí hasta el hecho hay mucho trecho. Los diez años son la excusa que acerca aquel 7 de marzo de hace diez años, que lo deja acá, y que en el mismo movimiento lo pone bien lejos, lo desdibuja en el alivio. - Fue una desgracia con suerte ¿no? Pero la verdad es que ni siquiera fue desgracia si uno deja acotada la desgracia al accidente, a lo que pasa de pura casualidad, a lo imprevisible. Entonces no fue desgracia, porque acá hubo víctimas - con suerte, sí, si se apela a que los plomos no entraron en sus cabezas - pero también victimarios, que aplicaron la dosis de violencia que requiere cualquier robo que se precie de serlo, aunque en este caso el robo se escondiera bajo el eufemismo de privatización. Por aquellos días de hace diez años, privatizar era la ley, el fin al que se subordinaba cualquier medio, los que aparecen democráticos y también los otros, el engaño masivo y también el meta palo y a la bolsa. Obeid - que era gobernador entonces igual que ahora - demostró en un solo movimiento cómo la violencia es la continuación de la democracia de los banqueros por otros medios, cómo el arma cargada es la extensión inexorable del negociado, del robo masivo. Su policía fue ubicada para acordonar la legislatura en la que el Senado Provincial votaría la ley de privatización del Banco Provincial de Santa Fe, detrás de las vallas que separaban a los supuestos representantes de sus también supuestos representados. Una acción simbólica de los trabajadores, de la que la inteligencia policial debía estar evidentemente prevenida, hizo caer parte de la valla y el resto fue demolido por la propia tropa policial que arremetió contra la movilización. Las balas de plomo - que no se usan para dispersar sino para matar - cruzaron a lo largo la avenida General López y dejaron tres heridos de bala. La muerte anduvo cerca pero eso no les importó a Obeid, a Rosúa, a su gobierno que necesitaba disciplinar a los bancarios que se defendían de la privatización, que necesitaba abrochar la larga acción de propaganda que había demandado el negociado privatista, las horas de campaña en los medios de difusión sostenidos con publicidad oficial, el engaña pichanga de la justicia que nunca investigó a los incobrables amigos del propio gobierno y el largo desgaste producido por el sindicato de Zanola, que había preparado la resignación de la derrota para conseguir a cambio consultorías, puestitos en el directorio y en la sindicatura para sus jefes mayores. Hoy, Obeid y Rosúa siguen estando en el gobierno. Mientras tanto, muchas de las cosas que dijimos los trabajadores del banco - y varios de los integrantes del staff de esta revista lo fuimos - se fueron cumpliendo: los salarios de bancarios y de ex bancarios a la baja, la reforma financiera por concentración de negocios aplicada en la provincia, que resultó en la pérdida de muchos puestos de trabajo en otros bancos, y el Banco Provincial enterrado en la historia, negada inclusive su utilidad potencial, la de convertirse en un colchón capaz de amortiguar - aunque sea un poco - la furiosamente regresiva distribución del ingreso que permite que los ricos que viven del laburo ajeno, sean cada vez más ricos gracias a la magia del mercado. Hoy es el banquero K, Enrique Eskenazi, el que disfruta de las rentas de aquel asalto a mano armada. A lo mejor eso explique que Obeid se declare Kirchnerista o a lo mejor es al revés, quién sabe, los caminos de la complicidad obligan a cambiarse los disfraces. En noviembre de 2003, la justicia santafesina hecha de parientes y amigotes de los propios reos en cuestión, absolvió de culpa y cargo a la dirigencia política. Apenas algunas multas e inhabilitaciones para jefes policiales, como para que no parezca que nada se hace. Hoy, diez años. Y diez años es el tiempo en el que los delitos ya no son, la culpa se apaga y se funde en la historia, los culpables de intento de homicidio son de nuevo inocentes como niños. Pero la bronca no prescribe. Opiná sobre este tema |
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