Esta nota es del 2002 y la encontramos esta nota en el arcón de los recuerdos. Muchas menciones han quedado fuera de contexto, pero lo mismo nos pareció bueno ponerla en esta "época tan especial de tu vida" como dice la publicidad"

Mundial, la gesta deportiva sin igual

por Miguel Espinaco

Veinticinco millones de argentinos jugaremos el mundial. ¿Te acordás? ¿Te acordás de "mundial la gesta deportiva sin igual", eso que pregonaba aquella marchita con aires militares? Eso pasó hace nada menos que 24 años, nada menos que hace 6 mundiales de fútbol, hace ya 6 mundiales del más mundial de los deportes, del que llena estadios en toda la geografía del planeta, del que ocupa los televisores del mundo.

Y aunque hablemos de fútbol, el recordatorio no tiene en este caso intenciones deportivas, en esta columna no te voy a hablar de los goles de Kempes, ni de las tácticas de Menotti, ni siquiera pretendo mencionar aquella tan meneada goleada contra Perú que ocupo tanto papel y tanto tiempo en los micrófonos. Tampoco voy a hablar del negocio, de la rueda de los millones que gira alrededor de estos megaeventos que se definen en cantidad de dólares antes que en cantidad de goles, o de jugadas, o de atajadas célebres.

La relación, el recuerdo, tiene que ver con algunas semejanzas, con algunas recurrencias en cuanto al uso que el poder da a los mundiales de fútbol, porque mucho antes que un encuentro para el juego, mucho antes incluso que una oportunidad para vender masivamente derechos de televisión y publicidad, los mundiales son, para las maquinarias del poder, una oportunidad para vender ideología.

No es necesario hablar demasiado para recordar el uso que la dictadura militar hizo del mundial del 78. Ya se ha marcado hasta el cansancio la utilización como elemento de distracción, como circo para entretener a las masas mientras el genocidio era consumado. Sin embargo, mucho menos se ha dicho sobre otro uso no menos nocivo: la bandera devenida en camiseta, era usada como un factor de cohesión entre los que desaparecían gente y los que eran candidatos a la desaparición, porque los unos y los otros eran argentinos: Videla y Martínez de Hoz y vos y yo y tu vecino, todos argentinos, y además de argentinos derechos, y además de derechos, humanos. Los demás, ya se sabe, entraban en el amplio campo de los extranjeros, los demás resultaban ser los "otros". La raya, el corralito mental, quedaba así firmemente trazado, delineado, marcado a fuego para que no quedaran dudas.

Todavía se podría hablar de otro subproducto ideológico, de otro verso que nació de los anteriores como una derivación inevitable: la culpa colectiva. Como vos te comiste el amague, para usar muy oportunamente el vocabulario futbolístico, como vos a lo mejor fuiste de los que festejaron honestamente el éxito deportivo del equipo argentino, aprovecharon después para meterte en la bolsa: "todos somos culpables" pontificaron, cuando la retirada en desorden de la dictadura militar develaba los campos de concentración, los muertos y las historias que su poder dictatorial habían mantenido ocultas entre los pliegues del circo.

Debería ser inútil recordar que esta teoría de la culpa colectiva es infinitamente falsa. Sin embargo, esta versión de la historia ha sido abonada por muchos de los que han sido víctimas directas de la dictadura, que no han entendido el profundo mecanismo de control social que significó el método de desaparición de personas, que no han entendido que con esa metodología los desaparecedores no solo desaparecían a las víctimas directas sino que en un sentido para nada metafórico lograban "desaparecer" al conjunto social, incluidos aquellos que decían "algo habrá hecho", incluidos aquellos que salían vestidos en la bandera argentina a festejar el triunfo contra Holanda.

Entonces digámoslo: esta teoría de la culpa colectiva es falsa en por lo menos dos aspectos. Por un lado no es cierto que nadie peleara, muchos fueron parte de luchas que se libraron en el aislamiento, muchos fueron víctimas silenciosas que ni siquiera pudieron protestar, que masticaban la bronca dentro de sus casas. Pero también es mentira que sean culpables los que no lucharon, los que no enfrentaron. Si funcionó una maquinaria del engaño, un gigantesco aparato de mentir en serie, es lógico que muchos hayan sido engañados, y es una estupidez pretender equiparar la víctima el victimario. O mejor dicho, más que una estupidez, es una nueva mentira para ocultar las anteriores.

Hoy, a 24 años, la maquinaria vuelve a funcionar en todos sus terribles aspectos. Como elemento de distracción, sin duda, pero para que quede más claro, vamos a dejar que lo diga el gobernador Reutemann, reproduciendo esta frase que les dijo en La Pampa a sus compañeros gobernadores y al presidente Duhalde: "Hay que solucionar la cuestión del corralito, porque si nos eliminan del mundial y encima no arreglamos lo del corralito, es imprevisible lo que puede pasar en el país".

Y alcanza con mirar atentamente la publicidad de esa empresa europea que se autodenomina "hincha oficial de la selección" para que no te queden dudas de que la recurrencia es completa. "Ahora todos debajo de la bandera camiseta" dicen los mismos que nos dejan sin petróleo y sin país todos los días, porque ya se sabe: vos, yo, los publicistas de Repsol, Macri, el tipo que se muere de hambre en el barrio de al lado, la senadora Isidori, Menem, Duhalde, Alfonsín, Reutemann y todos los políticos de la rosca, todos somos argentinos, nos dicen. Y los otros, obviamente, son los otros.

Verso a verso, no sería raro que después te echen la culpa de lo que pase mientras vos mirabas el partido y festejabas algún gol de Batistuta, porque la maquinaria de la mentira sigue en marcha igual que veinticuatro años atrás, igual que hace seis mundiales.

Y va a seguir en marcha, inevitablemente, mientras el capital siga teniendo la manija y siga contando con la plata necesaria para fabricar ideología, para mantener los corralitos mentales que nos tienen atrapados en su mundo, en ese mundo en el cual hasta el entretenimiento, la diversión, la habilidad y el juego son moneda de cambio para perpetuar la gran trampa.


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