Breves de sábado (01/07/06) Una discusión de negocios por Miguel Espinaco Uno podría probar ponerse contento y mirar el asunto desde el mejor ángulo. Después del famoso discurso único de los noventa, parece que ahora los candidatos más famosos para el 2007 apuntan a discutir de política. Lástima que discuten una discusión vieja, saldada hace ya muchos años. Entonces qué pena, parece debate, pero es otra vez charlatanería. En un rincón del imaginario cuadrilátero en el que ejecutan sus primeras fintas, Kirchner habla en defensa del papel de la inversión estatal en la economía, en el otro, su ex ministro Lavagna, devenido ahora opositor estrella y postulado a defender la vieja alternancia entre los partidos que proponen casi casi lo mismo, salió a advertir que el Estado no debe estar ausente, pero que tampoco debe invadir la actividad privada. Kirchner habló de las rutas, de los hospitales, de las viviendas para los desposeídos y de otros emprendimientos igualmente simpáticos y Lavagna lo acusó de hacer un "distribucionismo de discurso" y advirtió que es cierto que hay que cuidarse de las ortodoxias basadas en el ajuste permanente, pero que mejor no exagerar con las heterodoxias y con el facilismo del subsidio. La discusión sobre el rol del estado en la economía ya tuvo hace mucho su primavera con Keynes, al tiempo que el estalinismo lo iba convirtiendo en centro y parodia del socialismo. Pero fue en la postguerra, en los cincuenta y los sesenta, que estuvo en el cenit del debate con la aparición del estado benefactor y con las opiniones que proponían las corrientes estructuralistas. El asunto no se resolvió en discusiones, fue la historia la que se encargó de demostrar que el estado no es neutral ni es de todos, como todavía tantos piensan y dicen. En la órbita política ni hablar: el estado y sus leyes han servido siempre para garantizar, por las buenas o por las malas, que los que tienen sigan teniendo y que los que trabajan sigan trabajando. Desde un punto de vista económico, su actuación fue por el mismo camino, ha servido siempre para salvarle las papas al capital, para emparchar los desajustes que el propio mercado provoca en su irracionalidad, y para tapar algunos de los tantos agujeros que el interés privado deja abiertos. Y que juegan en contra de el mismo negocio privado, digámoslo de paso. Por eso el estado existe, para taparlos. Pero no hablemos de historia, miremos el presente y el futuro, como diría algún político sobre su tarima y mientras se seca la frente. En su reunión con los radicales K, el presidente ha incluido entre las discusiones programáticas, el debate sobre el nuevo rol del Estado. ¿Cuál es ese nuevo rol? Veamos. Uno de los temas que anduvo esta semana dando vueltas por los noticiosos entre las declaraciones de Sabiola y las opiniones de los sabelotodos del fútbol, tenía que ver con el encarecimiento del gas boliviano. Marcelo Ramal, explica en una nota en Prensa Obrera, cómo funcionará la inversión estatal en este negocio: el fluido será comprado por la estatal Enarsa que se lo venderá a las transportistas, distribuidoras o grandes usuarios al viejo precio. La diferencia, para no afectar a Techint a Repsol y a Petrobras, será bancada por el Estado. Ahí está, ahí se ve al Estado interviniendo. Pero hay otra de más actualidad, todavía. La polémica esta sobre los superpoderes, esta discusión que se renueva cada tanto en Argentina, nos da todavía otro botón de muestra. ¿Para qué quiere realmente Alberto Fernández, o sea Kirchner, la birome que le permita cambiar partidas de un destino a otro sin preguntarle a nadie? Para ver eso más de cerca y no andar adivinando intenciones, habrá que mirar los usos que se le dieron a estos superpoderes hasta ahora. En abril, por ejemplo, se publicaba en los diarios que el ministro de Planificación Federal Julio De Vido, sumaba 1.085 millones de pesos a su presupuesto. Obra Pública, pensarás vos, negocios privados, tendré que decirte yo, porque esas obras no las hace el estado, no señor, sino las empresas amigas del gobierno, contratadas vía contratos casi siempre sospechados - para colmo de males - de incluir abultados sobreprecios. Es así, para eso sirve el estado, y Lavagna no parece tener derecho a asustarse después de los denunciados beneficios especiales que consiguieron mientras era ministro, las empresas clientes de Ecolatina, su anterior empleador. Si uno lo mira de cerca, el tema se reduce a qué políticas para beneficiar a cuales de los serios capitalistas, a eso nomás. Es así, para eso sirve, y para esto también, para repetir desde allí, desde ese lugar para nada neutral, para nada de todos, el viejo juego de los políticos, para convertir esa discusión de negocios entre empresarios en una discusión que parezca de todos, en un tema de campaña para que vos decidas tu voto. Opiná sobre este tema |
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