Apuntes sobre socialismo

Muletas

por Miguel Espinaco

En realidad, el capitalismo nunca ha funcionado en estado verdaderamente puro, en el estado en el que lo propagandizan por ejemplo, los más fervientes neoliberales. Eso de que la mano invisible del mercado es la que decide precios, cantidades de producción, flujos de inversiones, eso de que la supuesta mano invisible organiza la economía, forma parte mucho más del manual del verso político que de la ciencia económica seria. Nadie, verdaderamente nadie, cree de verdad estas cosas que no resisten el menor análisis.

En realidad, los que postulan el libre mercado a ultranza, pretenden que la regulación "invisible" la hagan los grandes concentrados de capital, las empresas monopólicas, así que estos que pregonan el capitalismo puro y sin ningún control que limite al control de la oferta y la demanda, saben que la mano supuestamente invisible que controla tiene algunos nombres y apellidos bien visibles y bien conocidos, en realidad tan conocidos que en general son sus propios amigos, esos con los que se codean en las reuniones sociales y esos que les pagan buenas sumas por repetir mentiras.

De cualquier forma, los que esto dicen son vistos como los más puros capitalistas y es por eso se han ganado la pole position en la antipatía del pueblo. Es tan, pero tan antipática esta posición que Menem, para hacerla pasar, tuvo que mentir salariazos y revoluciones productivas y después, como lo de economía de mercado sonaba demasiado brutal, decidió falsificarle el pasaporte a esta vieja receta y llamarla pomposamente economía social de mercado, para hacer pasar gato por liebre.

Pero volvamos a los parches. Mucho antes de que Adam Smith hablara por primera vez de la mano invisible del mercado, los patrones ya sabían que no se podía dejar andar al capitalismo con sus propios pies, que le hacían falta muletas. Durante la etapa de formación, cuando aún la expropiación a los pequeños campesinos estaba en marcha y por lo tanto escaseaba la mano de obra, ya se fijaban leyes de salario máximo. Ojo, no salarios mínimos, sino máximos, se fijaba un tope a lo que se podía pagar y se sancionaba al patrón que pagaba demás con 10 días de cárcel y al obrero que cobraba más allá del máximo permitido, con veintiuno. Ya ves, el capitalismo requirió de parches hasta en el mismísimo parto de este novedoso sistema de explotación.

El mismísimo Adam Smith, que inventó lo de la mano invisible que regula naturalmente todo, tuvo que aceptar que el estado debía garantizar algunas tareas que el mercado no garantizaba y los llamados neoclásicos - un siglo después, en la segunda mitad del siglo diecinueve - ya le desdecían lo de la mano invisible y pregonaban una todavía mayor intervención estatal.

Sin embargo no todos los intentos de emparchar el capitalismo discurrían por la vía de una mayor intervención del estado. Un sociólogo de principios del siglo veinte, llamado Durkheim - considerado un ferviente defensor del sistema capitalista - no podía evitar tomar nota de que eso de la igualdad en este sistema era bastante dudoso, y proponía abolir la herencia para instalar la igualdad de oportunidades desde la cuna. Sin embargo su propuesta tenía por lo menos dos problemas: por un lado la abolición de la herencia, que sería un gran avance, no aseguraría por sí sola la liquidación de las desigualdades que surgen de la relación social de explotación que se multiplica a sí misma. Por otro lado, los que hacen las leyes son justamente los que tienen capacidad de dejar herencia, y no parece que la idea les haya parecido muy buena.

Otro intento de este tipo fue la idea cooperativista. Los defensores de esta alternativa, imaginan que si se hacen empresas en las que el capital sea de todos los integrantes y se reparten las ganancias, se acaba la explotación. Para que el cuentito funcione, tienen que olvidarse de que la empresa cooperativa está dentro de una economía que no es cooperativa y de que entonces hay que competir con capitales que explotan a los trabajadores y que tienen por eso menos costos. Tarde o temprano, forzados a alcanzar el empate jugando de visitantes, los trabajadores-propietarios tendrán que terminar autoexplotándose y flexibilizándose y bajándose los salarios, a no ser que se decidan directamente por terminar con el experimento cooperativo. Por otro lado, la historia de las cooperativas demuestra que - expuestas al mercado en el que hasta las potestades gerenciales tienen precio de venta - terminan siendo empresas manejadas por un grupo expuesto a la corrupción y a la tentación de convertirse, ellos mismos, en capitalistas importantes.

Sin embargo, el parche preferido fue el de la intervención de un controlador que pusiera coto a los desordenes que provocaba el capital y que preparara el terreno para su funcionamiento, que no resultaba de un proceso automático. Ya en el siglo pasado, Sarmiento formaba parte de una corriente de políticos que miraban con admiración al capitalismo inglés en expansión y cuyo paradigma era civilización o barbarie y civilización, para él, era integrarse al mundo capitalista en expansión. Fomentó la educación pública, justamente porque ese mundo capitalista necesitaba de una clase obrera alfabetizada y ni se le ocurrió esperar a que la mano invisible y la automaticidad del milagroso mercado le resolvieran el problema.

Las muletas fueron, ante todo, una necesidad para que el mundo del capital anduviera derecho. Sin embargo, han sido muchos los que han pensado y piensan que con buenas muletas, este sistema que nace y regenera la desigualdad, podría llevarnos hasta el reino de la felicidad.

Y el parche preferido ha sido siempre, claro, el famoso Estado. Esta lógica de poner a la maquinaria estatal en el papel de regulador del desorden capitalista, y por lo tanto al servicio de evitar que estalle, cruzó sin duda todo el siglo veinte y alcanzó su cenit durante la postguerra con el estado benefactor.

Vamos a hablar de esto en la próxima. Chau.

Próxima entrega: El Estado emparchador


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