Apuntes sobre socialismo

Democracia Cero

por Miguel Espinaco

Te hablaba en el número pasado de la cuestión del estado en el socialismo y te decía que el estado perdería su razón de ser, que sería un estado en decrecimiento constante hasta desaparecer. Este tema se vincula directamente al segundo aspecto que habíamos señalado: el de la democracia de los productores y los consumidores.

Este concepto de democracia es más amplio que el de la democracia formal, en la que uno vota a sus representantes y ellos hacen después lo que quieren desde el estado o, mejor dicho, hacen lo que los dueños del capital disponen que se debe hacer con su estado, con su herramienta predilecta para mantener el control sobre la mayoría que pone el hombro para que ellos se llenen de plata.

Este concepto de democracia - democracia de consumidores y de productores - apunta a la idea de un pueblo que gobierna todos los aspectos de la economía y de la política, o sea a la idea de un pueblo que se mete en el terreno que el capital se reserva como de decisión privada y decide qué se produce, cómo se produce, cuánto tiempo se trabaja, con qué ritmos, todas esas cuestiones que en el mito capitalista "decide el mercado" pero que en la realidad deciden quienes tienen la manija, por cuenta de las necesidades de reproducción del capital.

En este mito capitalista, el mercado decide por ejemplo que se ocupe tecnología, o sea trabajo acumulado y que se ocupe esfuerzo en vender celulares o autos, en vez de ser utilizados por ejemplo para producir educación o comida o ropa, o lo que sea que fuera necesario.

La cosa funcionaría más o menos así: para los sacerdotes de la mitología del capital el mercado demanda determinado producto, los capitalistas invierten para producir ese producto y contratan trabajo para producirlo, la demanda y la oferta se cubren mutuamente en el mercado y los probables desajustes se corregirían muy sencillamente, ya que el que produce algo que no hace falta se funde o se ve obligado a redireccionar su actividad para encontrar el "nicho de mercado" - como se dice ahora - que esté sin satisfacer. O bien, el mecanismo de los precios establecidos por la supuesta libertad del mercado termina corrigiendo los desvíos de esta mecánica e ideal asignación de recursos.

Sin embargo, este fantasioso artificio no da resultado por un par de cuestiones. La primera es que este mecanismo provoca una acumulación del capital en pocas manos y esa acumulación de capital provoca acumulación de poder. El que tiene el poder "fabrica" la demanda, o sea que la demanda, la necesidad de determinado producto o servicio, deja de ser un dato previo. El que ofrece, el que tiene qué vender, puede imponer, crear, instalar, la necesidad de comprar y, de paso, al provocarse esta acumulación, la supuesta competencia desaparece de escena y el que vende, además de decidir qué vende, decide a qué precio.

Pero también sucede que la demanda no incluye a toda la sociedad. Un desocupado no tiene capacidad de demanda, los trabajadores que tienen todavía trabajo, tampoco. O sea que la supuesta democracia del mercado es, en el mejor de los casos, una democracia parcial, una democracia en la que vota solamente el que tiene plata para decidir si compra un celular, un auto, educación, ropa o comida.

Te dije que hablar de socialismo es hablar de todo lo que no fueron los llamados socialismo reales conocidos durante este siglo que termina. En ellos, de más está decirlo, no había democracia de productores y consumidores. En realidad, ni siquiera hubo democracia formal, la del voto, mucho menos se puede pedir esto. En esos países, la burocracia estatal que copó el estado, decidía qué se producía y cómo, a través de un plan central. Este plan central respondía, obviamente, a las necesidades de esa burocracia que lo confeccionaba y nadie nunca les preguntaba nada a los pueblos sobre estas cuestiones.

El resultado fue un crecimiento inicial importante, ya que esta planificación era un poco más racional que el mercado capitalista. Pero ese crecimiento inicial encontró su techo porque esa ausencia de democracia y la sujeción al mercado mundial que hacía pie en los privilegios cada vez mayores de las burocracias de las empresas estatales y del mismo estado, desnudaron la total inconsistencia de un sistema que tenía todos los defectos del mercado y ninguna de sus escasas virtudes.

En esos supuestos socialismos se instalaban, acopladas al crecimiento interminable del Estado, las ideas del plan central ajustado siempre a consignas que reflejaban los intereses de los dueños del control político, que no coinciden naturalmente con los intereses de la sociedad que trabaja.

Así, aparecían los planes quinquenales, las industrializaciones aceleradas acicateadas por el sueño estalinista de superar el crecimiento capitalista y justificar su promesa del "socialismo en un solo país", el mantenimiento del monocultivo en países periféricos como Cuba que capitulaban a las instrucciones de la metrópoli soviética, el estajanovismo, que era un mecanismo estalinista para hacer trabajar más a la gente y toda una batería de imposiciones que apuntaban a determinar desde arriba qué se producía y los ritmos de esa producción.

En todo esto, claro, democracia cero. A los productores y a los consumidores no se les preguntaba nada y, obviamente, al no existir ni siquiera el disfraz del mercado que disimula esta imposición masiva en el capitalismo, ni siquiera la democracia formal del voto podía sostenerse.

El socialismo es, entonces, todo lo contrario de estas caricaturas que terminaron absorbidas por la lógica capitalista que decían combatir. El socialismo es democracia de los que trabajan, libertad de decisión para que la sociedad decida qué le hace falta y produzca lo que necesita.

Un ejemplo. Si vos tenés un poco de tierra, decidís si necesitás tomates o papas, no vas a gastar tu esfuerzo en producir papas si te hacen falta tomates. Si hubiera democracia, si tuviéramos la misma libertad de decisión que en tu imaginada quintita, seguramente el pueblo decidiría no producir tanta soja o tantos autos y preferiría ocupar los esfuerzos, la ciencia y los conocimientos, para producir lo que le haga falta realmente, así como nadie elegiría trabajar 12 o 15 horas diarias, mientras tantos están sin trabajo.

Hasta la próxima.

Próxima entrega: Rentistas sin títulos ni acciones


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